El niño del pastelito
Estos cuatro niños estaban en el puente.
-Vas a ver cómo arrojo esta cáscara de plátano. Seguro que alguien se resbala –dijo uno, rascándose el brazo.
-Yo me como toda la manzana, hasta el corazón – exclamó otra, y quizás estaba esperando que la felicitaran.
De vez en cuando, los niños asomaban al borde del puente y miraban hacia abajo. El río sonaba y uno podía pasarse horas viéndolo. A estos niños les gustaba juntarse en el puente, ver el río, hablar solos. También disfrutaban de la comida que sus mamas les habían preparado.
Ramón era el más despistado de todos. Casi nunca se acordaba de llevar la merienda. Así que se ponía a hacer pasteles de barro, que parecen de chocolate y son muy fáciles de preparar, pero saben horrible y, si te los comes, después te duele la barriga.
Un día, los cuatro amiguitos estaban en el puente cuando escucharon un ruido extraño.
-¿Quién viene? –se preguntaron, asustados. Entonces, vieron a un hombre que se les acercaba moviendo un bastón por el piso. El bastón hacía ruido desagradable, ese que te hacer doler los oídos.
-¡Un hombre malo! – gritó el chico del plátano, al ver el bastón. Pero no era malo. Era un hombre ciego (es que ellos no habían conocido nunca a uno y el bastón los puso nerviosos).
-Tengo hambre –dijo el ciego –invítenme algo de comer...
entonces, los niños sintieron compasión. Ellos no eran ricos, y Dios sabe que se morían de hambre, pero decidieron compartir.
“Ah, qué rayos”, pensó uno de los niños, “voy a regalarle mi sandwich”. Se acercó al hombre y puso el pan en su mano.
Lo mismo hicieron la niña de la manzana y el niño del plátano. Ramón solo tenía un pastel de barro. “Yo también quiero compartir”, pensó, caminando hacia el hombre. De cualquier modo, estaba feliz. Eso, lo único que tenía, serviría para ayudar a aquel hombre, más pobre que él...
“Es de barro”, iba a decir, mientras depositaba su comida de juego en la áspera mano extendida frente a él. Pero no llegó a hablar. Cuando el ciego lo recibió, ya no era un pastel: se había convertido en una brillante moneda de oro.
Cuento tradicional tibetano - Todo el que da es inmensamente rico
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